sábado, 6 de agosto de 2011

Una mente saturada


Lo único que quiero es paz. Es lo que siempre he querido. Es lo único que he querido en realidad.
No me importa mucho alguna otra cosa, lo que quiero es descansar. Descansar de tanta tragedia, de tanto mito, de tanto alboroto, de tanto odio.
Me miro en el espejo buscándome. Buscando la respuesta a mi eterna pregunta “¿Quién Soy?”. Yo sé cual es la respuesta, se quien soy, pero sencillamente no lo creo posible. No quiero creerlo. No me da la gana de creerlo. Es demasiado bueno para ser verdad. Si lo creo, todo termina, no más drama, no más lucha, el sentido mismo de la vida seria consumado. Pero, ¿Será cierto? ¿Sera cierto que yo soy eso? No lo sé, ¿como podría saberlo? ¿Cómo podría saber  lo que es real? ¿Cómo? Nacemos sin memoria, sin recuerdos de quienes somos o de que venimos a hacer aquí. Tengo una corazonada. De vez en cuando tengo una corazonada. La tuve cuando escribí este texto.  Haré algo distinto, seré algo distinto, iré contra la corriente. Las personas que me conozcan sabrán que soy un rebelde. Un rebelde sano que solo trata de hallar su lugar fuera de la sociedad –si, ajeno a ésta- donde nadie pueda lastimar a este corazón que no aguanta más dolor. A este corazón que está a punto de desgarrase por tanto sufrimiento ajeno. Quizá deba ver más allá. Quizá deba ver la belleza y la perfección dentro del tumulto. Quizá deba quedarme y ver la perfección en mi vida, en este momento, en el ahora o quizá deba marcharme y no volver. Marcharme a un lugar remoto donde nadie pueda encontrarme, un lugar  donde nadie pueda herirme, un lugar fuera de este mundo, un lugar al que solo yo puedo entrar, un lugar llamado hogar. 

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